Cómo es la composición del cerebro humano.

Composición del cerebro

El cerebro humano, esa masa misteriosa y fascinante de alrededor de 1,3 kilos en un adulto, es una auténtica joya biológica. Nos permite pensar, sentir, recordar, imaginar y movernos.

Aunque representa solo alrededor del 2% del peso corporal, consume aproximadamente el 20% de la energía del cuerpo.  

Cuando pensamos en el cerebro, lo imaginamos como una compleja red de neuronas, pensamientos y recuerdos. Pero más allá de sus funciones fascinantes, el cerebro también tiene una estructura física concreta, y su composición es tan interesante como lo que hace.

¿Alguna vez te has preguntado de qué está compuesto el cerebro?

Si bien es cierto que el cerebro contiene una cantidad significativa de lípidos (grasas), la noción de que alrededor del 60% del cerebro humano está compuesto por grasa es una simplificación excesiva y requiere una aclaración.

Te lo explicamos a continuación.

El cerebro está compuesto en gran parte por agua: entre un 70 y 80% de su peso total. Esto permite que los nutrientes circulen, que las señales eléctricas fluyan y que las reacciones bioquímicas ocurran con eficiencia. Una ligera deshidratación del 1-2% ya puede afectar el rendimiento cognitivo.

El cerebro humano está compuesto aproximadamente por un 10% a 12% de grasa en peso seco, pero si se excluye el contenido de agua, el 60% de la materia seca restante, esto es más de la mitad del «peso seco» del cerebro es grasa — lo que lo convierte en el órgano más graso del cuerpo después del tejido adiposo.

Composición lípidos cerebro

Esta grasa no es un simple depósito energético como el tejido adiposo que encontramos bajo la piel. En el cerebro, cumple funciones estructurales y bioquímicas esenciales.

Estos lípidos forman la mielina que recubre los axones neuronales y permite la conducción rápida de los impulsos eléctricos, y las membranas celulares, que protegen y organizan las células.

Pero no se trata de grasa cualquiera: hablamos de grasas estructurales, como los fosfolípidos, el colesterol y los ácidos grasos poliinsaturados (como el DHA, un tipo de omega-3).

  • Forman parte de las membranas celulares neuronales, que permiten la comunicación entre células.
  • Aseguran la plasticidad sináptica, es decir, la capacidad del cerebro para adaptarse y aprender.
  • Participan en la transmisión de señales eléctricas que hacen posible el pensamiento y el movimiento.

Las proteínas representan cerca del 8% del cerebro y participan en funciones como la construcción de estructuras celulares y la producción de neurotransmisores, enzimas, etc.

Además, hay carbohidratos que representan el 1% en forma de glucosa, que es el principal combustible del cerebro.

Además, hay minerales esenciales como sodio, potasio, calcio y magnesio, que son claves para la comunicación entre neuronas.

¿Por qué es importante esta grasa?

  • Aísla y protege los axones (mielina).
  • Influye en la velocidad de transmisión nerviosa.
  • Afecta la memoria, el estado de ánimo y el desarrollo neurológico.
  • Es clave en la estructura de las membranas neuronales.

De hecho, alteraciones en el metabolismo lipídico cerebral están relacionadas con trastornos como el Alzheimer, la depresión y el TDAH.

Células cerebrales: más allá de las neuronas

Aunque las neuronas son las estrellas del cerebro, no están solas. Existen muchas otras células, como las células gliales, que superan en número a las neuronas. Estas células cumplen funciones de soporte, defensa inmunitaria, mantenimiento del entorno químico y reciclaje de neurotransmisores.

¿Por qué importa esto en el eje intestino-cerebro?

La composición del cerebro, especialmente su alto contenido en grasas específicas se ve influida por la dieta, el metabolismo y la salud intestinal. Por ejemplo, una microbiota intestinal equilibrada puede favorecer la producción y absorción de ácidos grasos beneficiosos, mientras que una disbiosis podría interferir en estos procesos.

Así, entender de qué está hecho el cerebro es también una invitación a reflexionar sobre cómo lo que comemos y cómo funciona nuestro intestino pueden influir en nuestra mente, estado de ánimo y capacidad cognitiva.

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